De todos los aspirantes a la presidencia de Estados Unidos, la de mayor experiencia en asuntos internacionales es, sin lugar a dudas, Hillary Clinton. La avalan, además de los cuatros años que sirvió como Secretaria de Estado, los seis que fungió como miembro del Comité de Servicios Armados del Senado. Ninguno de sus contricantes –demócratas o republicanos– ha estado expuesto de forma directa a la creación de política exterior como lo ha estado la exsenadora por el estado de Nueva York. Curiosamente, esto se ha convertido en unos de los flancos contra los que su principal contrincante, Bernie Sanders, ha concentrado sus ataques. Aunque la política exterior no es su lado fuerte, Sanders ha sido efectivo cuestionando la capacidad de juicio de la exsenadora en temas como la invasión de Iraq, la admiración de Clinton por Henry Kissinger y la intervención estadounidense en Libia.
¿Qué podríamos esperar de la política exterior de Clinton si llegará a la Casa Blanca? Para contestar esta pregunta debemos comenzar echando un vistazo a su desempeño como jefa de la diplomacia estadounidense entre los años 2009 y 2013. En sus años como Secretaria de Estado, Clinton se mostró más conservadora y menos reacia a la confrontación y al uso de la fuerza que su jefe Barack Obama. Su visión realista, pragmática y no ideológica le acercaron a quien ella misma ha reconocido como una fuerte influencia, Henry Kissinger. De ahí su apoyo, por ejemplo, a Hossnei Mubarak en medio de la crisis egipcia. Sin embargo, es necesario subrayar que contrario a Kissinger, Hillary Clinton dio importancia al tema de los derechos humanos, especialmente en China, y a los derechos de las mujeres. Creyente de la idea de que Estados Unidos es “a force of good in the world”, ve el uso de la fuerza como una herramienta para adelantar los intereses estadounidenses. Por ejemplo, su insistencia en que había que forzar a los Talibanes a negociar a través del uso de la fuerza.
Su pragmatismo se refleja en sus propuestas como candidata presidencial, en las que el Estado Islámico (EI) ocupa una posición prioritaria. Para Clinton, Estados Unidos no puede evadir su responsabilidad y debe, por ende, liderar la lucha contra el EI. La exsenadora insiste en la necesidad de combinar los bombardeos aliados con un mayor trabajo de inteligencia, que permita penetrar al EI. Para ello le resulta indispensable una mayor cooperación con los organismos de inteligencia de los países de la región. Es necesario subrayar que se opone terminante al despliegue de tropas estadounidenses en Siria. Además de mantener una campaña de bombardeos aéreos, Estados Unidos debe ser el facilitador de ayudar militar y económica para quienes combaten al EI. Favorece establecer una zona de exclusión aérea en Siria, una mayor participación turca combatiendo al EI, no a los kurdos, y frenar la creciente influencia de Irán (lo que contradice su objetivo de una mayor participación de los actores regionales en la lucha contra el IE). Clinton tiene claro que no basta con combatir militarmente al EI. De ahí que considere una prioridad cortar el flujo de voluntarios que engrosan sus filas, negarle el acceso a la Internet como vehículo de propaganda y reclutamiento, y atacar sus fuentes de financiamiento. Clinton identifica la falta de coordinación antiterrorista y de cooperación de inteligencia con los aliados europeos como una falla grave que facilita las acciones terroristas del EI en Occidente, lo que se propone resolver una vez ocupe la Casa Blanca.
En cuanto a Israel, Clinton ha sido una defensora del estado israelita a lo largo de toda su carrera política. Su llegada a la Casa Blanca significaría una mejora considerable en las relaciones de Estados Unidos e Israel, seriamente deterioradas durante la presidencia de Obama. La seguridad de Israel es una de sus prioridades y por ello insiste en evitar, a toda costa, que Irán acceda a armas nucleares. Aunque apoyó el acuerdo firmado por Obama con Irán, es de esperar que asuma una posición más crítica y demandante que su exjefe, especialmente, en el cumplimiento de las condiciones aceptadas por los iraníes. Con relación al conflicto palestino-israelí, Clinton es partidaria de la creación de dos estados.
Uno de los elementos más controversiales de sus propuestas de política exterior es su rechazo al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, conocido como TPP por sus siglas en inglés. A pesar de que lo defendió como Secretaria de Estado, Clinton rechaza ahora el TPP por considerar que no adelanta los intereses de los estadounidenses. Según ella, el tratado no significaría mejores empleos ni sueldos para los ciudadanos promedio, ni ayudaría a la seguridad nacional. Este rechazo puede ser interpretado como una reacción a las críticas de Sanders y a la necesidad de garantizar el apoyo de importantes sindicatos laborales estadounidenses.
Con relacion a los principales “adversarios” de Estados Unidos, es de esperar que asuma una posición dura con China y, especialmente, con Rusia. Estaría por verse si su pragmatismo se impone sobre su preocupación por los derechos humanos en China. Además, es necesario recordar que Hillary Clinton fue una de las principales propulsoras del llamado “Asian pivot”, es decir, del viraje de la administración Obama hacia el Asia para fortalecer la influencia estadounidense en la región frente a los avances chinos. En cuanto a Rusia, Clinton ha tenido palabras duras contra Vladimir Putin, a quien llamó “bully” en un debate presidencial. La exsenadora ha defendido públicamente la necesidad de poner freno a las acciones del líder ruso, no dejando espacios vacíos que éste pueda ocupar, lo que hace pensar de un mayor intervencionismo norteamericano bajo su presidencia. Tanto en el caso de China como el de Rusia, es de esperar que prime el pragmatismo que le caracteriza, pero sin sacrificar los intereses y la posición internacional de Estados Unidos.
Por último, ¿qué papel juega América Latina en su programa de política exterior? La región latinoamericana no ha ocupado una posición de importancia en la campaña presidencial en general. Sólo la apertura con Cuba ha captado la atención de los precandidatos de ambos partidos políticos. En el caso de Clinton, ésta ha criticado abiertamente la situación venezolana y ha apoyado las acciones de Obama con relación al régimen castrista. Con relación al embargo contra Cuba, Clinton ha variado de opinión a lo largo de su carrera. En el año 2000 cuando aspiraba a un escaño senatorial, hizo manifestaciones a favor del fin del embargo. Sin embargo, durante su campaña presidencial en 2008 se opuso al fin del embargo, cultivando el voto cubano de la Florida. En su libro de memorias como Secretaria de Estado, titulado Hard Choices (Simon & Schuster, 2014), la exsenadora concluye que el embargo no había sido una estrategia exitosa y que, por ende, eran necesarias otras opciones. Es de esperar que Clinton continúe con el proceso de apertura con Cuba, pero desde una posición tal vez más demandante con el gobierno cubano. Al igual que Obama, su capacidad para lidiar con el tema del embargo –principal obstáculo para un verdadero restablecimiento de las relaciones cubano-estadounidenses– dependerá del Congreso. Un Congreso controlado por los Republicanos difícilmente cooperará con ella en éste y otros temas. Lo que seguirá complicando la formulación de la política exterior de Estados Unidos.
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